En las pasadas elecciones del 27 de mayo, Navarra fue un campo de batalla. El PSOE sabía de las posibilidades de desbancar a UPN-PP y jugó sus cartas, entre las que estaban la ilegalización selectiva de las candidaturas etarras, en beneficio de sus alianzas post-electorales. Al quite, el PP tocó arrebato en defensa del navarrismo y su españolidad. El presidente Miguel Sanz, entre iluso y bobo de solemnidad, aseguró que el mismísimo Juan Carlos de Borbón era el mejor garante de la españolidad de Navarra… jua, jua, jua. Y mientras la portavocía constitucionalista ensalzaba a Navarra como las Termópilas de España, entre medias, nadie denunciaba lo obvio, que la hipotética anexión de Navarra a las tres provincias vascas (o viceversa, según sean las preferencias) es una posibilidad legal que ampara la mismísima Constitución. Los navarros de sentimiento español deberían abrir los ojos antes de ofrecerse como figurantes para escenografías callejeras.
Pescando en río revuelto los independentistas de Nafarroa Bai, la excrecencia progre del navarrismo histórico. Éste, que ha estado presente en en el tradicionalismo y, desgraciadamente, en el liberalismo navarro, se fundamenta en un historicismo: nada más y nada menos que en la existencia de un pretendidamente Estado vasconavarro en el Medievo, cuyo rey más ilustre sería Sancho Garcés III el Mayor, un tipo que reinó a caballo de los siglos X y XI. Pachi Zabaleta y los suyos (entre los que están los aranistas del PNV), en una demostración palmaria de hasta qué punto la disputa política oficial destepaís se fundamenta en manipulaciones semánticas de una masa de súbditos iletrados e ignorantes, son bendecidos como el colmo del progresismo por los medios afines a Ferraz. Este personaje, ex batasuno, vive convencido de que Navarra es todavía una colonia española desde que el gran Fernando el Católico la incorporó a la monarquía española en 1512, o que ya los reyes medievales navarros creían en Euskalherría, sea lo que sea esta entelequia. Si al final, y de momento, no hay alianza entre Zapatero y Zabaleta es a causa de ETA. Su fin del “cese de hostilidades” ha pospuesto el siguiente capítulo de la historia de Navarra.
En definitiva y como conclusión de provecho, Zapatero y Rajoy comparten un principio falso para los españolistas democráticos: «Navarra será lo que los navarros decidan». No. La afirmación de cualquier aspirante a dirigente de nuestra nación debería ser que en tanto que parte de España, Navarra será lo que los españoles quieran.
Pescando en río revuelto los independentistas de Nafarroa Bai, la excrecencia progre del navarrismo histórico. Éste, que ha estado presente en en el tradicionalismo y, desgraciadamente, en el liberalismo navarro, se fundamenta en un historicismo: nada más y nada menos que en la existencia de un pretendidamente Estado vasconavarro en el Medievo, cuyo rey más ilustre sería Sancho Garcés III el Mayor, un tipo que reinó a caballo de los siglos X y XI. Pachi Zabaleta y los suyos (entre los que están los aranistas del PNV), en una demostración palmaria de hasta qué punto la disputa política oficial destepaís se fundamenta en manipulaciones semánticas de una masa de súbditos iletrados e ignorantes, son bendecidos como el colmo del progresismo por los medios afines a Ferraz. Este personaje, ex batasuno, vive convencido de que Navarra es todavía una colonia española desde que el gran Fernando el Católico la incorporó a la monarquía española en 1512, o que ya los reyes medievales navarros creían en Euskalherría, sea lo que sea esta entelequia. Si al final, y de momento, no hay alianza entre Zapatero y Zabaleta es a causa de ETA. Su fin del “cese de hostilidades” ha pospuesto el siguiente capítulo de la historia de Navarra.
En definitiva y como conclusión de provecho, Zapatero y Rajoy comparten un principio falso para los españolistas democráticos: «Navarra será lo que los navarros decidan». No. La afirmación de cualquier aspirante a dirigente de nuestra nación debería ser que en tanto que parte de España, Navarra será lo que los españoles quieran.
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