En la segunda mitad del siglo XX, la Europa capitalista vio cómo desaparecía la clase proletaria en favor de las clases medias. Frente al mito del paraíso de los trabajadores soviético y la pujanza de los partidos comunistas occidentales, la socialdemocracia encontró el terreno abonado para sus propuestas políticas. Con el desarrollo de los estados del bienestar, los trabajadores y asalariados dejaron de sentirse proletarios... resultó cierto que por encima de las condiciones objetivas de los teóricos marxistas tiene más importancia la percepción subjetiva de las mismas por parte de los sujetos históricos. Y así, los proletarios pasaron a sentirse pertenecientes a las clases medias.
Con el final de la Unión Soviética y el desmoronamiento del marxismo como ideología, el liberalismo capitalista, sin enemigos ni alternativa posible, sin trabas ni limitaciones, recuperó su verdadera faz redimensionado ahora como una expansión planetaria, la globalización. Las condiciones objetivas en la actualidad demuestran que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, tanto a nivel social dentro de los estados como en las relaciones internacionales entre los mismos.
La situación de las clases medias en los países en vías de desarrollo y en los posindustriales es bien diferente. La globalización la mejora en los primeros y la debilita en los segundos. Algunos hablan de una "proletarización" (en su sentido marxista) de dichas clases medias occidentales, que afrontan ya una creciente precarización laboral, desorden y violencia en su entorno urbano, desvío de los recursos de bienestar social hacia otros colectivos y sistemas de pensiones públicos en crisis.
Se da la paradoja de que aquellos que van a ser materialmente más prósperos que sus abuelos y padres asisten a un paulatino empeoramiento de sus condiciones socio-económicas. Porque, tal y como advierte el FMI, aunque la globalización no reduce los salarios en términos absolutos, sí lo hace en términos relativos al ser cada vez mayor el pastel económico globalizado. Ahora bien, su reparto hace aumentar las diferencias entre las clases altas y los trabajadores.
En España, el salario medio oficial (en 2005) era de 20.439 euros, mientras que el de la Europa a 15 era de 34.412. Con todo, esta cifra promedio está muy lejos para casi la mitad de la población española ya que unos 19 millones de españoles ingresan no más del doble del salario mínimo interprofesional (SMI), que ha sido fijado por el Gobierno para este año en 7.182 euros anuales. El salario medio no ha mejorado en los últimos nueve años, retrocediendo incluso durante el año pasado un 0,5% en términos reales.
El total de españoles que en 2005 recibieron un salario, una prestación social o una pensión fue de casi 26 millones. Según la Agencia Tributaria, su retribución media fue de 14.697 euros, y de los tres colectivos citados, los que menos vieron incrementar su retribución fueron los asalariados: el 2,3% frente al 6,2% de los pensionistas o el 4,2 de los desempleados. La retribución media de los asalariados era de 16.018 euros y la de los 8,1 millones de pensionistas era de 9.604 euros. Conviene puntualizar que 10,4 millones de asalariados cobran menos de 14.000 euros al año y que más de la mitad de los pensionistas, 4,5 millones, cobran menos de 600 euros al mes.
España es, junto con Portugal, el país con un menor SMI de la Europa industrializada, siendo menos de la mitad que el de Francia, Reino Unido o Irlanda. En 2005 se incorporó casi un millón detrabajadores al mercado laboral y prácticamente la totalidad de los mismos percibió un salario inferior a doz veces el SMI. Además, la tasa de temporalidad laboral es del 34,6%, el doble que la media de la Europa industrializada y el más elevado de la misma.
Pero pese a los bajísimos salarios de los trabajadores españoles, España sigue desindustrializándose. Nuestro país es el quinto preferido por las transnacionales para deslocalizar actividades industriales y trasladarlas a países en desarrollo, sólo por detrás de EE.UU., Canadá, Alemania y Reino Unido. ¿A qué se debe? A la baja productividad, dicen los expertos. La relación entre capital humano y competitividad en el capitalismo español es muy mala. La revolución industrial del siglo XIX necesitó de la alfabetización de sociedades enteras. Frente a la exigencia de un nivel determinado de formación intelectual por parte de aquella técnica, la de la actual tecnología es aún mayor. Necesita de una fuerza de trabajo bien educada y formada para su adopción y su aprovechamiento pleno. Es imprescindible el fortalecimiento del capital humano y del tecnológico, algo sólo posible mediante la potenciación de los recursos destinados a la educación pública. Pues mientras esto es así, el sistema escolar público español es uno de los peores del mundo industrializado. En la actualidad, el 30% de los adolescentes españoles no acaban la educación obligatoria, el doble que en Europa.
En España, el crecimiento macroeconómico de los últimos años, tanto los del PP como los del PSOE, no ha hecho más que agravar las desigualdades sociales. Según la ONU, somos uno de los tres países europeos donde hay mayor diferencia entre ricos y pobres. Según el INE, casi el 20% de la población española está por debajo del umbral de la pobreza. El gasto social ha disminuido del 24% al 19% del PIB y es el segundo más bajo de Europa.
Pero al mismo tiempo, en la última lista Forbes de las 100 mayores fortunas mundiales aparecen más españoles que nunca. España es el décimo país con más millonarios del planeta. Casi 150.000 individuos poseen más de 800.000 euros y 1.500 son ultramillonarios, o sea, tienen más de 24 millones de euros (el 1,7% del total mundial). El incremento de estos millonarios españoles fue del 5,7%, el segundo de Europa, y se debió a la positiva evolución de las bolsas (en 2006 tuvo un crecimiento del 32%) y a la revalorización del mercado inmobiliario (no por casualidad, los debutantes en la Forbes son magnates del "ladrillo").
Pero frente a estos cálculos, el fisco español sólo tiene constancia de 28.000 millonarios. El fraude es percibido por la sociedad como generalizado, esto no es ninguna novedad. Pero es significativo que la percepción de los altos ejecutivos sobre el sector inmobiliario sea igual de apabullante: lo ven como uno de los más corruptos y no perciben interés entre la clase partitocrática por solucionarlo. Quizá así se explique mejor por qué el 64% del dinero circulante lo forman los billetes de 500 euros, un dato único en toda Europa.
Alguno se podría consolar pensando que estos millonarios compensan sus privilegiada situación con su contribución a la redistribución de la riqueza entre los ciudadanos, pero no es así. En realidad, el 77% de la solidaridad fiscal recae en las rentas del trabajo. Ya no sólo es que los asalariados españoles por cuenta ajena sean los que más contribuyen sino que su peso no hace más que aumentar y el de los rentistas, profesionales y empresarios no hace más que menguar.
Pero al tiempo que la progresividad del IRPF descansa en las rentas del trabajo, esta tributación se ha convertido en un impuesto perversamente desigual. Sólo declaran la totalidad de sus ingresos quienes no pueden evitarlo porque los empresarios y profesionales declararon en 2005 unas retribuciones anuales medias de sólo 9.400 euros, la mitad de lo declarado por los asalariados. Es vox pópuli que la "ingeniería fiscal" es un recurso sólo al alcance de los ricos.
El IRPF, además, se ha convertido en el circo electoral en un extraño objeto del deseo cuya rebaja se ofrece como consolador a toda la ciudadanía. Tanto PSOE como PP compiten por ofrecer una seductora reducción del mismo que alivie psicológicamente a los hedonistas consumidores que abundan entre nosotros: "cuantos menos impuestos pague más tendré para gastar", piensan. Pero lo que no ven es que mientras este impuesto directo disminuye, se incrementan los indirectos: los que se pagan sin tener en cuenta la riqueza de cada uno. Consuelo de muchos... consuelo de tontos.
No es realista pensar que en el actual régimen las cosas vayan a cambiar. Las únicas voces que se oyen alto y claro son las de los heraldos del liberalismo capitalista exigiendo profundizar en sus ejes ideológicos. Venden como el único futuro posible el continuar desmontando el estado de bienestar bajando los impuestos, liberalizando el mercado laboral y eliminando los mecanismos de redistribución de la riqueza nacional. Ante este panorama, ¿qué van a hacer los trabajadores españoles?
Con el final de la Unión Soviética y el desmoronamiento del marxismo como ideología, el liberalismo capitalista, sin enemigos ni alternativa posible, sin trabas ni limitaciones, recuperó su verdadera faz redimensionado ahora como una expansión planetaria, la globalización. Las condiciones objetivas en la actualidad demuestran que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, tanto a nivel social dentro de los estados como en las relaciones internacionales entre los mismos.
La situación de las clases medias en los países en vías de desarrollo y en los posindustriales es bien diferente. La globalización la mejora en los primeros y la debilita en los segundos. Algunos hablan de una "proletarización" (en su sentido marxista) de dichas clases medias occidentales, que afrontan ya una creciente precarización laboral, desorden y violencia en su entorno urbano, desvío de los recursos de bienestar social hacia otros colectivos y sistemas de pensiones públicos en crisis.
Se da la paradoja de que aquellos que van a ser materialmente más prósperos que sus abuelos y padres asisten a un paulatino empeoramiento de sus condiciones socio-económicas. Porque, tal y como advierte el FMI, aunque la globalización no reduce los salarios en términos absolutos, sí lo hace en términos relativos al ser cada vez mayor el pastel económico globalizado. Ahora bien, su reparto hace aumentar las diferencias entre las clases altas y los trabajadores.
En España, el salario medio oficial (en 2005) era de 20.439 euros, mientras que el de la Europa a 15 era de 34.412. Con todo, esta cifra promedio está muy lejos para casi la mitad de la población española ya que unos 19 millones de españoles ingresan no más del doble del salario mínimo interprofesional (SMI), que ha sido fijado por el Gobierno para este año en 7.182 euros anuales. El salario medio no ha mejorado en los últimos nueve años, retrocediendo incluso durante el año pasado un 0,5% en términos reales.
El total de españoles que en 2005 recibieron un salario, una prestación social o una pensión fue de casi 26 millones. Según la Agencia Tributaria, su retribución media fue de 14.697 euros, y de los tres colectivos citados, los que menos vieron incrementar su retribución fueron los asalariados: el 2,3% frente al 6,2% de los pensionistas o el 4,2 de los desempleados. La retribución media de los asalariados era de 16.018 euros y la de los 8,1 millones de pensionistas era de 9.604 euros. Conviene puntualizar que 10,4 millones de asalariados cobran menos de 14.000 euros al año y que más de la mitad de los pensionistas, 4,5 millones, cobran menos de 600 euros al mes.
España es, junto con Portugal, el país con un menor SMI de la Europa industrializada, siendo menos de la mitad que el de Francia, Reino Unido o Irlanda. En 2005 se incorporó casi un millón detrabajadores al mercado laboral y prácticamente la totalidad de los mismos percibió un salario inferior a doz veces el SMI. Además, la tasa de temporalidad laboral es del 34,6%, el doble que la media de la Europa industrializada y el más elevado de la misma.
Pero pese a los bajísimos salarios de los trabajadores españoles, España sigue desindustrializándose. Nuestro país es el quinto preferido por las transnacionales para deslocalizar actividades industriales y trasladarlas a países en desarrollo, sólo por detrás de EE.UU., Canadá, Alemania y Reino Unido. ¿A qué se debe? A la baja productividad, dicen los expertos. La relación entre capital humano y competitividad en el capitalismo español es muy mala. La revolución industrial del siglo XIX necesitó de la alfabetización de sociedades enteras. Frente a la exigencia de un nivel determinado de formación intelectual por parte de aquella técnica, la de la actual tecnología es aún mayor. Necesita de una fuerza de trabajo bien educada y formada para su adopción y su aprovechamiento pleno. Es imprescindible el fortalecimiento del capital humano y del tecnológico, algo sólo posible mediante la potenciación de los recursos destinados a la educación pública. Pues mientras esto es así, el sistema escolar público español es uno de los peores del mundo industrializado. En la actualidad, el 30% de los adolescentes españoles no acaban la educación obligatoria, el doble que en Europa.
En España, el crecimiento macroeconómico de los últimos años, tanto los del PP como los del PSOE, no ha hecho más que agravar las desigualdades sociales. Según la ONU, somos uno de los tres países europeos donde hay mayor diferencia entre ricos y pobres. Según el INE, casi el 20% de la población española está por debajo del umbral de la pobreza. El gasto social ha disminuido del 24% al 19% del PIB y es el segundo más bajo de Europa.
Pero al mismo tiempo, en la última lista Forbes de las 100 mayores fortunas mundiales aparecen más españoles que nunca. España es el décimo país con más millonarios del planeta. Casi 150.000 individuos poseen más de 800.000 euros y 1.500 son ultramillonarios, o sea, tienen más de 24 millones de euros (el 1,7% del total mundial). El incremento de estos millonarios españoles fue del 5,7%, el segundo de Europa, y se debió a la positiva evolución de las bolsas (en 2006 tuvo un crecimiento del 32%) y a la revalorización del mercado inmobiliario (no por casualidad, los debutantes en la Forbes son magnates del "ladrillo").
Pero frente a estos cálculos, el fisco español sólo tiene constancia de 28.000 millonarios. El fraude es percibido por la sociedad como generalizado, esto no es ninguna novedad. Pero es significativo que la percepción de los altos ejecutivos sobre el sector inmobiliario sea igual de apabullante: lo ven como uno de los más corruptos y no perciben interés entre la clase partitocrática por solucionarlo. Quizá así se explique mejor por qué el 64% del dinero circulante lo forman los billetes de 500 euros, un dato único en toda Europa.
Alguno se podría consolar pensando que estos millonarios compensan sus privilegiada situación con su contribución a la redistribución de la riqueza entre los ciudadanos, pero no es así. En realidad, el 77% de la solidaridad fiscal recae en las rentas del trabajo. Ya no sólo es que los asalariados españoles por cuenta ajena sean los que más contribuyen sino que su peso no hace más que aumentar y el de los rentistas, profesionales y empresarios no hace más que menguar.
Pero al tiempo que la progresividad del IRPF descansa en las rentas del trabajo, esta tributación se ha convertido en un impuesto perversamente desigual. Sólo declaran la totalidad de sus ingresos quienes no pueden evitarlo porque los empresarios y profesionales declararon en 2005 unas retribuciones anuales medias de sólo 9.400 euros, la mitad de lo declarado por los asalariados. Es vox pópuli que la "ingeniería fiscal" es un recurso sólo al alcance de los ricos.
El IRPF, además, se ha convertido en el circo electoral en un extraño objeto del deseo cuya rebaja se ofrece como consolador a toda la ciudadanía. Tanto PSOE como PP compiten por ofrecer una seductora reducción del mismo que alivie psicológicamente a los hedonistas consumidores que abundan entre nosotros: "cuantos menos impuestos pague más tendré para gastar", piensan. Pero lo que no ven es que mientras este impuesto directo disminuye, se incrementan los indirectos: los que se pagan sin tener en cuenta la riqueza de cada uno. Consuelo de muchos... consuelo de tontos.
No es realista pensar que en el actual régimen las cosas vayan a cambiar. Las únicas voces que se oyen alto y claro son las de los heraldos del liberalismo capitalista exigiendo profundizar en sus ejes ideológicos. Venden como el único futuro posible el continuar desmontando el estado de bienestar bajando los impuestos, liberalizando el mercado laboral y eliminando los mecanismos de redistribución de la riqueza nacional. Ante este panorama, ¿qué van a hacer los trabajadores españoles?
2 comentarios:
Excelente página e idea la de unir a todos los jacobinos españoles.
Enhorabuena
Nuestro deseo de que juntos podamos sembrar jacobinismo en nuestra nación. Se ha incluido el enlace con laGuillotina. Saludos.
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