La reciente película 300 permite una fructísima lectura política más allá de la crítica cinematográfica, como aquella espléndida oda a la idea de la "comunidad política extensible" que fue la china titulada Héroe (Zhang Yimou, 2002).
En este caso, 300 ha sido recibida con más polémica a causa de su indudable carga ideológica. Sus críticos la han comentado a la luz del actual choque/alianza de civilizaciones. Su tema, la batalla de las Termópilas, se ha rescatado como un hito de la historia de la idea de Europa, como un emblema de la resistencia de la civilización europea (y por tanto, occidental) a la barbarie invasora. Pero nos interesa más otra lectura.
Es evidente que la película (y el cómic de Frank Miller en el que se basa) son un canto a unos valores humanos muy concretos: honor, deber, heroísmo, sacrificio, valor, patriotismo, lealtad... que devienen en gloria, inmortalidad, victoria... para quienes se conducen con fidelidad... fidelidad para consigo mismos y sus compatriotas. Esta es la lectura que más nos interesa. La épica de los 300 hoplitas griegos, desafiantes al destino y los dioses con su voluntad de poder y su inquebrantable patriotismo. Poder, ante todo, al servicio de ellos mismos, para superarse en pos del triunfo, para sacrificarse en beneficio de los suyos, de los que se quedaron en los hogares de su patria. Eso es lo que necesitamos, construir nuestra propia phálanx de 300 espartanos, el núcleo inquebrantable de 300 ciudadanos comprometidos con su ética de sacrifio al servicio de nuestra patria, orgullosos de su condición de ciudadanos libres: "¡Esto es España!".
Quienes fundamos el Partido Nacional Republicano hace ya once años hemos asistido a la transformación del panorama nacional. El erial de entonces se ha convertido en un hermoso campo germinado por el rojo y amarillo. Es la consecuencia del imparable crecimiento del patriotismo entre nuestros conterráneos. Ahora, más que nunca, nuestro Partido reclama su carácter histórico, su papel decisivo en el destino de nuestra patria. Ahora es cuando necesita que sus filas se llenen con españoles decididos y combativos, concienciados de su labor y de los tempos necesarios en el avance firme y constante. Seguros de que el compromiso que adquieren no se verá recompensado al uso, sino por la satisfacción íntima de pertenecer a una élite cívica cuyo acometimiento trasciende su propia existencia mortal en aras de la defensa de la tierra de nuestros padres y de nuestro hijos, nuestra patria y nuestra nación. Como Leónidas y sus Trescientos hace veinticinco siglos. Con el Partido lo podemos ser todo, sin el Partido no seremos nada. ¡Adelante!
En este caso, 300 ha sido recibida con más polémica a causa de su indudable carga ideológica. Sus críticos la han comentado a la luz del actual choque/alianza de civilizaciones. Su tema, la batalla de las Termópilas, se ha rescatado como un hito de la historia de la idea de Europa, como un emblema de la resistencia de la civilización europea (y por tanto, occidental) a la barbarie invasora. Pero nos interesa más otra lectura.
Es evidente que la película (y el cómic de Frank Miller en el que se basa) son un canto a unos valores humanos muy concretos: honor, deber, heroísmo, sacrificio, valor, patriotismo, lealtad... que devienen en gloria, inmortalidad, victoria... para quienes se conducen con fidelidad... fidelidad para consigo mismos y sus compatriotas. Esta es la lectura que más nos interesa. La épica de los 300 hoplitas griegos, desafiantes al destino y los dioses con su voluntad de poder y su inquebrantable patriotismo. Poder, ante todo, al servicio de ellos mismos, para superarse en pos del triunfo, para sacrificarse en beneficio de los suyos, de los que se quedaron en los hogares de su patria. Eso es lo que necesitamos, construir nuestra propia phálanx de 300 espartanos, el núcleo inquebrantable de 300 ciudadanos comprometidos con su ética de sacrifio al servicio de nuestra patria, orgullosos de su condición de ciudadanos libres: "¡Esto es España!".
Quienes fundamos el Partido Nacional Republicano hace ya once años hemos asistido a la transformación del panorama nacional. El erial de entonces se ha convertido en un hermoso campo germinado por el rojo y amarillo. Es la consecuencia del imparable crecimiento del patriotismo entre nuestros conterráneos. Ahora, más que nunca, nuestro Partido reclama su carácter histórico, su papel decisivo en el destino de nuestra patria. Ahora es cuando necesita que sus filas se llenen con españoles decididos y combativos, concienciados de su labor y de los tempos necesarios en el avance firme y constante. Seguros de que el compromiso que adquieren no se verá recompensado al uso, sino por la satisfacción íntima de pertenecer a una élite cívica cuyo acometimiento trasciende su propia existencia mortal en aras de la defensa de la tierra de nuestros padres y de nuestro hijos, nuestra patria y nuestra nación. Como Leónidas y sus Trescientos hace veinticinco siglos. Con el Partido lo podemos ser todo, sin el Partido no seremos nada. ¡Adelante!
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