El proceso de legitimación de los nacionalismos antiespañoles a ojos de la ciudadanía desde la restauración de 1975 se ha fundamentado en una extendida creencia por la que entre demócratas no hay «enemigos», a lo sumo sólo puede haber «adversarios». Así, la línea se trazaría entre los demócratas y los totalitarios aunque los proyectos políticos de los que formaran el bando de los demócratas pudieran llegar a ser antagónicos. ¡Cuanto daño han hecho ciertas ideologías a la hora de pervertir los principios básicos de la política!
¿Qué es democracia? El gobierno de los ciudadanos. Ésta es su definición desde que la inventaran los griegos clásicos. Por eso en la sociedad ateniense existían individuos sin derecho a voto, como los extranjeros o los esclavos, y no dejaba de ser por ello democrática. Por esto, nuestro actual Estado democrático no deja de serlo cuando impide votar a los no ciudadanos.
Ahora, democracia, se confunde con otros derechos políticos como la libertad de opinión y de expresión. Que un Estado de derecho reconozca estas libertades no tiene directa relación con la democracia. Hay regímenes no democráticos que permiten una limitada libertad de expresión y otros democráticos que prohíben una plena libertad de expresión. En Alemania, recordemos, están prohibidos determinadas opciones políticas y no por eso deja de ser un Estado democrático.
Pero es que, además, en un Estado democrático caben medidas excepcionales. Esto también tiene sus raíces en los orígenes de nuestra civilización. En la Roma republicana, la figura del dictador era de origen democrático: un ciudadano que recibía poderes extraordinarios ante una grave crisis del Estado durante un periodo de tiempo limitado y que era fiscalizado por los representantes de los gobernados. Así, durante ese periodo de excepción se podían suspender derechos cívicos sin dejar de ser un régimen democrático.
En resumen, ser demócrata no es una cuestión de talante, de permisibilidad estúpida o de limitarse a exigir que se cumplan las «reglas del juego». ¿Es que todas las ideologías –y sus opciones políticas– son respetables? Rotundamente no. Un Estado democrático puede dejar fuera de la ley a todos sus enemigos, a quienes no reconocen los principios políticos fundacionales del mismo. De hecho, si pretende sobrevivir deberá hacerlo. En el caso de nuestra patria, ¿cómo se pueden legitimar, arguyendo su carácter «democrático», partidos que advierten que de proclamar sus estados catalán, vasco, gallego, etc. van a convertir a los españoles en ciudadanos de segunda, con sus derechos cívicos suspendidos y reducirlos a la condición de extranjeros en su propia tierra, por el hecho de querer preservar su adscripción nacional española?
¿Qué es democracia? El gobierno de los ciudadanos. Ésta es su definición desde que la inventaran los griegos clásicos. Por eso en la sociedad ateniense existían individuos sin derecho a voto, como los extranjeros o los esclavos, y no dejaba de ser por ello democrática. Por esto, nuestro actual Estado democrático no deja de serlo cuando impide votar a los no ciudadanos.
Ahora, democracia, se confunde con otros derechos políticos como la libertad de opinión y de expresión. Que un Estado de derecho reconozca estas libertades no tiene directa relación con la democracia. Hay regímenes no democráticos que permiten una limitada libertad de expresión y otros democráticos que prohíben una plena libertad de expresión. En Alemania, recordemos, están prohibidos determinadas opciones políticas y no por eso deja de ser un Estado democrático.
Pero es que, además, en un Estado democrático caben medidas excepcionales. Esto también tiene sus raíces en los orígenes de nuestra civilización. En la Roma republicana, la figura del dictador era de origen democrático: un ciudadano que recibía poderes extraordinarios ante una grave crisis del Estado durante un periodo de tiempo limitado y que era fiscalizado por los representantes de los gobernados. Así, durante ese periodo de excepción se podían suspender derechos cívicos sin dejar de ser un régimen democrático.
En resumen, ser demócrata no es una cuestión de talante, de permisibilidad estúpida o de limitarse a exigir que se cumplan las «reglas del juego». ¿Es que todas las ideologías –y sus opciones políticas– son respetables? Rotundamente no. Un Estado democrático puede dejar fuera de la ley a todos sus enemigos, a quienes no reconocen los principios políticos fundacionales del mismo. De hecho, si pretende sobrevivir deberá hacerlo. En el caso de nuestra patria, ¿cómo se pueden legitimar, arguyendo su carácter «democrático», partidos que advierten que de proclamar sus estados catalán, vasco, gallego, etc. van a convertir a los españoles en ciudadanos de segunda, con sus derechos cívicos suspendidos y reducirlos a la condición de extranjeros en su propia tierra, por el hecho de querer preservar su adscripción nacional española?
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