Lo que está ocurriendo es una completa confirmación de muchas cosas que habíamos apuntado.
En primer lugar, la incapacidad del capitalismo para regular el propio proceso que engendra, como un gigante desbocado, y para prevenir su forma específica de crisis, la crisis de sobreproducción, siempre recurrente. Más aún, hoy vemos como esa crisis, al trasladarse a la gigantesca burbuja de naturaleza financiera especulativa, se revuelve contra la propia economía real acentuando sus contradicciones. Hoy podríamos añadir que el capitalismo, cuya forma propia de excedente adopta la forma de beneficio industrial y comercial no ha podido prescindir de formas de renta procedentes de sociedades anteriores –como es el interés bancario-, que inyectan brutales cuotas de parasitismo al sistema.
El advenimiento de la Técnica destruyó el mundo de los pequeños trabajos completos y separados, propios de la agricultura arcaica y del artesanado. Pero desde un principio ha pedido a gritos una ordenación holista. Incluso le impone al Burgués pasos en ese sentido: reemplazo de la centralidad de la propiedad privada individual por la propiedad privada colectiva (sociedades anónimas), creación de oligopolios y monopolios, disociación de la gerencia respecto de la propiedad, formas implacables de planificación en el plano de la empresa, e incluso nacionalizaciones para rescatar a sectores del capital en crisis: ¡en este momento, en los propios EEUU...!
Los ultraliberales fanáticos de Libertad Digital siguen anunciando los manuales de Hayek y de Von Mises: su maqueta es un idílico mundo de competencia entre pequeñas empresas que se ajusta eternamente, mientras el Estado no intervenga, mediante el transparente juego de la oferta y la demanda. Pero el liberalismo es una representación primero errónea y luego mentirosa de la realidad.
Sorprende comprobar que, contra sus propios postulados teóricos, el Estado estadounidense está desplegando una enérgica proyección sobre la economía. En realidad, el dominio del Burgués sólo ha sido posible desde un principio merced a la decisiva intervención del Estado –la acumulación primitiva de capital en Inglaterra a base de patentes de corso, tráfico de esclavos y expediciones coloniales-. Ese dominio sigue amurallando el valor de la sacrosanta propiedad privada, que incluso Tomás de Aquino situaba dentro del "derecho de gentes" y no del "derecho natural". Pero en la práctica se ha desplegado como la más brutal palanca de expropiación: primero de campesinos y artesanos, luego de empresarios pequeños y medios... Hoy asistimos a un colosal proceso de expropiación de unos grandes capitales por otros mayores.
¡Es el Burgués quien nos ha enseñado el camino de la concentración técnica y financiera, de la anulación del sacrosanto mercado, de la planificación e incluso de la estatización! ¡Nos ha indicando la “hoja de ruta” que debe conducir a su aniquilación! Pero, a la vez, el Burgués, atado irremisiblemente a las 'categorías del individualismo' (propiedad privada incondicional y demás “derechos naturales”, mercado como mecanismo insuperable de la asignación de recursos, beneficio, dinero como mercancía y no como simple equivalente, 'sociedad civil', parlamentarismo liberal, etc.) no puede sino propulsar a niveles cada vez más elevados la contradicción central de su mundo, en un proceso desenfrenado que se le va de las manos.
Nuestro patriotismo republicano reúne a la verdadera gente de orden frente al desorden establecido. Contrariamente a lo que creen los libertarios -unos liberales cabreados- y los progres, no es la 'libertad del individuo' sino la exigencia de orden justo la mayor fuerza revolucionaria.
En primer lugar, la incapacidad del capitalismo para regular el propio proceso que engendra, como un gigante desbocado, y para prevenir su forma específica de crisis, la crisis de sobreproducción, siempre recurrente. Más aún, hoy vemos como esa crisis, al trasladarse a la gigantesca burbuja de naturaleza financiera especulativa, se revuelve contra la propia economía real acentuando sus contradicciones. Hoy podríamos añadir que el capitalismo, cuya forma propia de excedente adopta la forma de beneficio industrial y comercial no ha podido prescindir de formas de renta procedentes de sociedades anteriores –como es el interés bancario-, que inyectan brutales cuotas de parasitismo al sistema.
El advenimiento de la Técnica destruyó el mundo de los pequeños trabajos completos y separados, propios de la agricultura arcaica y del artesanado. Pero desde un principio ha pedido a gritos una ordenación holista. Incluso le impone al Burgués pasos en ese sentido: reemplazo de la centralidad de la propiedad privada individual por la propiedad privada colectiva (sociedades anónimas), creación de oligopolios y monopolios, disociación de la gerencia respecto de la propiedad, formas implacables de planificación en el plano de la empresa, e incluso nacionalizaciones para rescatar a sectores del capital en crisis: ¡en este momento, en los propios EEUU...!
Los ultraliberales fanáticos de Libertad Digital siguen anunciando los manuales de Hayek y de Von Mises: su maqueta es un idílico mundo de competencia entre pequeñas empresas que se ajusta eternamente, mientras el Estado no intervenga, mediante el transparente juego de la oferta y la demanda. Pero el liberalismo es una representación primero errónea y luego mentirosa de la realidad.
Sorprende comprobar que, contra sus propios postulados teóricos, el Estado estadounidense está desplegando una enérgica proyección sobre la economía. En realidad, el dominio del Burgués sólo ha sido posible desde un principio merced a la decisiva intervención del Estado –la acumulación primitiva de capital en Inglaterra a base de patentes de corso, tráfico de esclavos y expediciones coloniales-. Ese dominio sigue amurallando el valor de la sacrosanta propiedad privada, que incluso Tomás de Aquino situaba dentro del "derecho de gentes" y no del "derecho natural". Pero en la práctica se ha desplegado como la más brutal palanca de expropiación: primero de campesinos y artesanos, luego de empresarios pequeños y medios... Hoy asistimos a un colosal proceso de expropiación de unos grandes capitales por otros mayores.
¡Es el Burgués quien nos ha enseñado el camino de la concentración técnica y financiera, de la anulación del sacrosanto mercado, de la planificación e incluso de la estatización! ¡Nos ha indicando la “hoja de ruta” que debe conducir a su aniquilación! Pero, a la vez, el Burgués, atado irremisiblemente a las 'categorías del individualismo' (propiedad privada incondicional y demás “derechos naturales”, mercado como mecanismo insuperable de la asignación de recursos, beneficio, dinero como mercancía y no como simple equivalente, 'sociedad civil', parlamentarismo liberal, etc.) no puede sino propulsar a niveles cada vez más elevados la contradicción central de su mundo, en un proceso desenfrenado que se le va de las manos.
Nuestro patriotismo republicano reúne a la verdadera gente de orden frente al desorden establecido. Contrariamente a lo que creen los libertarios -unos liberales cabreados- y los progres, no es la 'libertad del individuo' sino la exigencia de orden justo la mayor fuerza revolucionaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario